Medicalización de la vida 

Hasta hace pocas décadas era impensable que este asunto se constituyera en un problema de salud pública. Sin embargo, la medicalización de la sociedad ocupa hoy un lugar destacado en la agenda de gobernantes y administradores de salud de casi todo el mundo occidental y figura en los programas de congresos y eventos científicos (por lo menos de aquellos que dan lugar a la reflexión crítica sobre cómo se practica la medicina).

Entendemos por medicalización de la vida la invasión de la medicina en aspectos de la sociedad y la vida que no son patológicos en sí mismos ni pasibles de tratamiento específico. O sea, nos referimos al convivir con conceptos médicos, dirigir y arreglar la vida cotidiana de acuerdo a lo que indica el saber médico del momento, diseñar la existencia misma del ser humano de acuerdo a un plan basado en preceptos médicos con la esperanza de obtener a cambio una larga vida o una vida sin dolor ni sufrimiento.

Ramón Orueta Sánchez y colaboradores dicen que “actualmente, la definición más aceptada sobre medicalización es la propuesta por Kishore, que la define como la forma en que el ámbito de la medicina moderna se ha expandido en los años recientes y ahora abarca muchos problemas que antes no eran considerados como entidades médicas y para los que la medicina no dispone de soluciones adecuadas ni eficaces. Quizás pueda ser más clara la definición que considera la medicalización como la conversión en procesos patológicos de situaciones que son y han sido siempre completamente normales y el pretender resolver mediante la medicina situaciones que no son médicas sino sociales, profesionales o de las relaciones interpersonales”.

Esto quiere decir que quienes aprecian excesivamente los avances científicos y tecnológicos acumulados y las novedades que continuamente se producen en la medicina, sean estas rigurosamente validadas o no, aceptan ser  gobernados por estrategias vitales, hábitos y formas de comportamiento originados en el conocimiento médico coyuntural aunque no estén enfermos. Se puede llegar, incluso, a considerar patológicas situaciones propias de la vida que normalmente nos alcanzan en un momento u otro, o nos acompañan desde el nacimiento. Así, la belleza y la fealdad, el duelo, la adolescencia, la vejez y la menopausia, la tristeza, la caída del cabello, el desgano, el sobrepeso leve, la hiperactividad, la desatención en circunstancias puntuales, el dolor, cualquiera sea su intensidad, duración o localización, el cansancio, la desmotivación, la intolerancia, la irritabilidad, la dedicación a determinados pasatiempos y hasta el embarazo caen en la agenda de los médicos y de la plenipotenciaria medicina contemporánea. Las personas “tiran” sus problemas personales, familiares y existenciales sobre el escritorio de los médicos tratando de encontrar una “solución” o “paliativo” que les permita andar por el mundo en condiciones casi ideales. Tratan de escuchar la voz de la “ciencia” acerca de lo que les aflije aunque la ciencia jamás se haya dedicado a estudiar esos “problemas de salud”.

No sólo estas situaciones pueden incluirse como ejemplos de medicalización, situaciones que tienen su fuente nutricia en la intolerancia al dolor y a cualquier sufrimiento que caracteriza a nuestro tiempo, sino que también los médicos tenemos una gran responsabilidad en este estado no deseable de cosas. Y aquí es necesario mencionar los sobrediagnósticos, sobretratamientos, sobreindicación de estudios, excesiva atención a factores de riesgo para enfermedades y otras conductas médicas contemporáneas. Estas maneras de proceder, en las que los médicos incurrimos frecuentemente, forman parte de la respuesta del sistema sanitario a la demanda de una sociedad hipermedicalizada. Nunca como ahora la medicina ha puesto en práctica aquel viejo precepto atribuido, quizás erróneamente, a Claude Bernard: “Todo sano es un enfermo mal estudiado” o “toda persona sana es un enfermo que lo ignora”.

Los pacientes y los médicos extremamos las medidas para obtener  seguridad acerca del verdadero estado de salud de los individuos.  Sin embargo, sobre el estado de salud del individuo la ciencia no puede nunca tener certeza absoluta. No se puede saber con exactitud cuál es el grado de salud que nos acompaña en la vida. Investigar incesantemente para encontrar signos de enfermedad en alguien que no los tiene puede conducir a elevar los riesgos intrínsecos de la medicina, desembocar en falsos positivos o en el diagnóstico de afecciones irrelevantes.

La medicalización es un proceso que, una vez iniciado, se autoalimenta sin fin, pues a cada estudio o exploración le puede seguir otro de mayor complejidad, riesgo y costo, y posiblemente más ineficiente.

“La ciencia y la técnica piden seguridad y exigen eficiencia, mientras que la eximición de cualquier responsabilidad frente a un evento inesperado requiere más y mayores certificados médicos. Y es muy difícil, dentro de una búsqueda incesante y obsesiva, no encontrar algún número, curva o imagen que no esté como el estándar indica”.  El problema tiene tal magnitud que, por ejemplo, el Dr. Carlos Gherardi en el artículo anteriormente señalado cita a Clifton Meador, quien en un trabajo aparecido en el New England Journal of Medicine en la década pasada, y también otros autores más recientes, nos hablan de la “existencia posiblemente ideal de la ‘última persona sana’ que difícilmente podría emerger de un sistema de salud que acepta el concepto economicista del mercado, que crea enfermedades dentro de los sanos, que transforma el envejecimiento en enfermedad y que promete cruelmente la ilusión de la prevención permanente y absoluta”.

Algunas escenas de la medicalización de la sociedad 

  • Situaciones de la vida potencialmente medicalizables como duelo, tristeza, separación, mala adaptación a nuevos escenarios laborales o de vivienda, síndrome posvacacional…
  • Síntomas leves como dolor transitorio, cansancio, tristeza, agotamiento físico…
  • Controles más allá de lo razonable en niños, adolescentes, mujeres y ancianos…
  • Elevar a la categoría ontológica de enfermedad a factores de riesgo para algunas enfermedades, lo cual crea una ruptura de la sensación de estar saludable.
  • Medicalización del final de la vida y la muerte: la muerte ha sido despojada de su dimensión humana y transcurre en las instituciones sanitarias lejos de la contención familiar y muy frecuentemente luego de heroicos esfuerzos médicos. Ha quedado muy escondida en la historia la figura del despenador que ahorraba sufrimientos morales al moribundo y hoy se exige y se proporciona una muerte tecnologizada a la que la mayoría desea recurrir en busca de una esperanza de vida. Se habla de futilidad terapéutica, directivas anticipadas y limitación del esfuerzo terapéutico en un intento por proporcionar una dosis humana a la muerte medicalizada.

Algunas posibles causas del fenómeno

A este estado de cosas ha contribuido por senderos quizás inconscientes la definición de salud ofrecida por la Organización Mundial de la Salud en 1946, idealista, desmedida y nada operativa, que la considera como un completo estado de bienestar físico, mental y social y no solo la ausencia de enfermedad: como si el displacer, el disconfort, el estrés, la falta de alegría y bienestar, y hasta el dolor no fueran componentes inseparables de la vida.  (…)

Los medios de difusión, que divulgan los avances de la medicina, significativos o de porte menor, también influyen de manera decisiva creando frecuentemente falsas expectativas sobre las posibilidades reales que la medicina y los médicos tienen de poder ofrecer una existencia casi milagrosa: prolongada y sin enfermedad ni dolor.

Por su parte no es de desestimar, por el contrario, constituye parte del eje central del problema, la influencia de la industria farmacéutica y de tecnología médica con su lógica de acumulación capitalista, que ofrece la infraestructura material para la medicalización de la vida.

Prevención cuaternaria 

La medicalización de la vida no es una patología benigna de la medicina. Con la fuerte demanda que la caracteriza, ubicada por encima de las posibilidades y fines de la medicina, genera incrementos de costos asistenciales y de las listas de espera que han puesto en el límite de sus posibilidades a los sistemas de salud.

Asimismo, genera desgaste en el personal sanitario e incrementa la práctica de una medicina defensiva onerosa y riesgosa que frecuentemente culmina en falsos positivos o hallazgos incidentales(10).

Ante esta realidad, la Organización Mundial de Médicos de Familia (Wonca) propuso el concepto de prevención cuaternaria: “Medidas adoptadas para identificar pacientes en riesgo de sobremedicación, para protegerlo de nuevos procedimientos médicos invasivos y para sugerir intervenciones que sean éticamente aceptables”.

El objetivo es racionalizar la asistencia médica ajustándola a sus fines tal como los definimos en un artículo anterior.

Es preciso prestarle atención a este fenómeno, reflexionar sobre él, incluso desde el punto de vista ético y más específicamente desde la ética en el uso de los recursos públicos, desde el momento que puede implicar, y de hecho implica, iatrogenia y despilfarro económico. La medicina ha adquirido un valor que “irradia en todas direcciones… llena todos los intersticios de la cotidianidad. Como dice Barrán, existen ‘redes sutiles y opacas’ del saber médico que llenando todos esos intersticios de la cotidianidad, comprimen, asfixian.

El nuevo contrato entre la sociedad y la medicina en esta etapa histórica de la civilización ha de transcurrir, entre otros aspectos, por definiciones tan trascendentes como responder a la pregunta de si solidariamente, en aras de una medicina racional y una asistencia médica equitativa, hemos de renunciar a una salud perfecta.

Dr. Baltasar Aguilar Fleitas

Médico Cardiólogo. Co-coordinador y docente del curso de Humanidades Médicas “Pensando en lo que hacemos” para estudiantes de medicina. Facultad de Medicina, UDELAR. Montevideo, Uruguay.

 

 

Texto tomado y modificado de: Medicalización de la vida. Revista Uruguaya de Cardiología30(3), 262-267. (2015), bajo licencia Creative Commons 4.0. Puede leer el orginal haciendo click aquí

2 Respuestas a “Medicalización de la vida 

  1. Buenos días, soy Viviana Tomás, psicopedagoga, trabajo en la Dirección de Salud Mental de la Provincia de Santa Fe, y uno de los objetivos de la Dirección es promover políticas y prácticas preventivas de Salud Mental en las Personas Adultas Mayores.
    Un tema que nos preocupa y del que nos queremos ocupar es la Medicalización en las Personas Adultas Mayores,
    Solicito, si es posible, acceso a información específica de la temática en esa etapa de la vida así como también evaluar la posibilidad de acceder a formación específica así como también la organización de actividades para la prevención, promoción y abordaje.

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