Nadie se acordará de mí

Mi nombre es Virginia Ruiz Martín y soy médico especialista en Oncología Radioterápica desde 1995. Trabajo actualmente como Médico Adjunto del Servicio de Oncología Radioterápica en el nuevo Hospital Universitario de Burgos. Somos un equipo de profesionales que cuenta con médicos, radiofísicos, enfermería, técnicos especialistas en radioterapia, auxiliares y administrativas que nos esforzamos en hacer nuestro trabajo cada día un poco mejor con nuevos y apasionantes retos por delante.

Me formé como médico en la Universidad Autónoma de Barcelona y como especialista en el Hospital de l’Esperança de dicha ciudad. He trabajado tanto en el ámbito público como privado en diferentes hospitales de la provincia de Barcelona, en Valladolid, en Palma de Mallorca y finalmente desde 2005 en Burgos.  También he tenido la suerte de haber estado unos meses como Medical Observer en el Memorial Sloan Kettering Cancer Center de Nueva York.

Creo que la Oncología supone un gran reto que merece una visión multidisciplinar con todos los especialistas implicados. Me gustaría aportar mi granito de arena desde nuestra desconocida especialidad, para hacerla más visible y cercana tanto a los pacientes como a mis colegas.

Cree un blog para divulgar la Oncología Radioterápica. Me planteo este blog como una oportunidad para establecer puentes de entendimiento con los pacientes y por qué no con otros colegas de otras especialidades, con el objetivo de hacer de esta Medicina, que parece cada vez más técnica y por ende más alejada del sentir del enfermo, en una Medicina cercana, comprensible y humana a la vez. Porque ahora soy el médico, pero mañana podría ser yo el enfermo. Es un buen ejercicio de humildad ponerse en la piel de la persona que tienes en frente. A mi al menos, me motiva para seguir esforzándome y aprendiendo.

El siguiente es un relato denominado  «Nadie se acordará de mi» y fue escrito para homenajear a una paciente especial que ya no está:

«Jimena entró en la consulta en una silla de ruedas, con el brazo izquierdo cabestrillo y la pierna del mismo lado entablillada. Venía acompañada de su guapa y joven hija Lidia. Vino a una consulta rutinaria pues hacia poco más de un año la tratamos de un cáncer de recto localmente avanzado. Recibió radioquimioterapia neoadyuvante y cirugía radical posterior.
Jimena tenía la cara descompuesta por el dolor. Hacia pocos meses que estaba institucionalizada en una residencia asistida junto a su marido dada su situación socio-familiar y funcional. Jimena era una de esas mujeres anónimas a la que la adversidad se había enseñado con fuerza. No en vano, había sido madre diez hijos, cuatro de los cuales fallecieron. Uno de ellos a los pocos meses de nacer, otro en un accidente en extrañas circunstancias y los otros dos por autolisis. Supe después que además su marido, que aparentaba no haber roto nunca un plato por su comprensión menuda y su languidez al hablar, no había sido “ejemplar” teniendo en su haber múltiples sociopatías, que iban desde el alcoholismo a la ludopatía pasando por algún episodio violento en el seno familiar.

Como comentaba, Jimena tenía un gesto de dolor y le pregunté cómo se había lesionado. Ella me dijo que llevaba dos meses con un fuerte dolor de espalda y que notaba que las piernas le estaban empezando a fallar. En la residencia me dijo que la “obligaban” a caminar, pero ella se resistió diciendo que no tenían fuerza suficiente. En uno de esos intentos por moverse se cayó contra el suelo rompiéndose el peroné izquierdo y subluxándose el hombro del mismo lado. Acudió a Urgencias, le hicieron unas radiografías. Le pusieron un cabestrillo, un vendaje compresivo junto a unos calmantes, ya que no conseguía dormir por el dolor.

Sospeché que algo no iba bien e intuí que tenía una posible compresión medular. Le habían hecho un TAC recientemente donde ya se veían algunas lesiones óseas sugestivas de metástasis. La exploré y objetivé que había perdido sensibilidad en la parte inferior de su cuerpo y que apenas podía mover sus piernas. Decidí ingresarla para controlar el dolor y pedirle una resonancia magnética para confirmar o no mis sospechas y tratarla. La resonancia confirmo una lesión medular a nivel de la undécima vértebra dorsal y segunda lumbar. Le apliqué tratamiento corticoideo y radioterapia paliativa aunque con pocas esperanzas de que recuperara movilidad dado el tiempo transcurrido, pero por lo menos con la intención de aliviarle el dolor intenso que padecía. Y eso fue exactamente lo que pasó.

Jimena se daba perfecta cuenta de su empeoramiento y me preguntó si iba a recuperar algo. Le dije, con todo el dolor de mi corazón que me tenía que no, pero que buscaríamos la forma para que se pudiera sentar y mantenerse o manejarse en una silla te ruedas. Ella me contestó con total serenidad que así no quería seguir viviendo, que ya había sufrido bastante en esta vida y no quería ya más. Sólo quería que “se la llevase Dios”. Entendí perfectamente su razonamiento y me limité a prometerle el mejor cuidado posible dadas sus circunstancias: eliminar el dolor, corregir un sangrado vesical es un sondaje, evitar que se ulcerara y tratar de sentarla lo antes posible.

En casi todas mis visitas a planta Jimena se encontraba sola o bien con su marido o su hija. Se quejaba de que ninguno de sus otros hijos la fueran a ver. Estaba contrariada y triste. Lamentaba la ausencia de aquellos a los que antaño ella había cuidado, disculpándolos a medias por sus trabajos y obligaciones familiares.

Cuando parecía que Jimena empezaba a aceptar su situación, no tenía dolor y estaba mucho más animada sobrevino un cuadro brusco de fiebre, dificultad respiratoria y agitación. Subí a verla y con claridad cristalina vi que posiblemente padecía una infección respiratoria después de tantos días de ingreso. Su tensión arterial hacía difícil encontrar una vía venosa de acceso. La enfermera me pidió que solicitara una vía central, pero entendí que no debía adoptar medidas extraordinarias y mientras fuera posible escogería si más no, la vía subcutánea. Le administré tratamiento de soporte con sueros, antibióticos y calmantes para que estuviera tranquila. Llamé a su hija para explicarle la situación y traté de respetar la voluntad de la paciente que me había expresado repetidamente días antes llegado este punto.

Así lo hice. Jimena se fue de este mundo a las pocas horas de su empeoramiento acompañada de su hija y su marido y sobretodo se marchó en paz y sin dolor. Puede que alguien entienda este caso como un fracaso, pero yo no lo veo así. Aliviar las últimas horas de un paciente es una tarea necesaria. Ayudar a las personas a tener un final digno y sin excesivo sufrimiento no me produce mal sabor de boca.

Me entristeció que Jimena, aún teniendo una familia numerosa, estuviera sólo con una de sus hijas a la que considero su verdadero “ángel de la guarda” y con su marido. La soledad hospitalaria franquea en demasiadas ocasiones esta etapa final de la vida, en un momento que nadie debería estarlo.

No sé si alguien se acordará de Jimena tras su marcha. Yo por si acaso la he querido homenajear para decirle que fue todo un ejemplo de fortaleza y generosidad. Descansa ya mi querida Jimena.»

Dra Virginia Ruiz

Radiooncóloga. Hospital Universitario de Burgos

 

 

Fuente: Este texto y la fotografía fue tomada del blog de la Dra Virginia Ruiz Martín bajo licencia creative commons 4.0  La de la fotografía es la Dra. Para conocer el blog hace click aquí.

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